Sicilia, la costa griega

Cuatrocientas millas dista el Estrecho de Messina de nuestro anterior destino, el Archipiélago de La Maddalena. Aquí apenas dos millas separan la península de la isla siciliana. Los marinos de esta zona dicen que los vientos y tormentas son muy traidores, pero a nosotros nos acompaña la suerte y solo tenemos que gobernar algunos ferrys que cruzan el estrecho «avante toda».

Playas de Sicilia

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Una vez en tierra hay que subir hasta Castelmola. El pueblo medieval está construido sobre el monte Tauro. Lo que se originó como una colonia griega ofrece unas magníficas vistas de la costa e intuye la silueta perenne del Etna. Visita imprescindible de la villa es el teatro grecolatino, adelanto de las ricas construcciones que nos esperan en este viaje mitológico.

A la sombra del Etna

Tras zarpar, un viento del norte nos permite navegar por largo, al tiempo que descubrimos nuevos mitos. Según la leyenda en la lucha de Zeus contra los Titanes, arrojó el dios a Tifón sobre el mar, de forma que la bestia quedó petrificada, siendo su cuerpo la geografía de Sicilia y su boca el cráter del volcán.

Sin perder la sombra de la montaña, Riposto es un lugar económico donde amarrar. Desde su puerto (www.portodelletna.com) se contempla una espectacular estampa. En los días de invierno una capa blanca cubre la montaña, sustituida por una nube de humo cuando se enfada el volcán.

La singladura continúa con viento fresco siguiendo el discurrir de la costa hasta Aci Trezza (acicastello@guardicostiera.it). La mitología griega cuenta que aquí vivió el cíclope Polifemo, al que Ulises dejó ciego clavándole una estaca en su único ojo y luego engañó diciendo que su nombre era «Nadie». Su furia le hizo arrancar trozos de tierra para lanzarlos contra la nave de Ulises, se dice que son las marcas apreciables en el litoral.

Sicilia en estado puro

Más tangibles son los tesoros de Catania, siguiendo el trazado de la costa. Aquí la oferta de atraques se incrementa, aunque lo mejor es contactar con el Club Náutico Catania (teléfono 095-531443).

Catania es una de esas ciudades donde el espíritu siciliano rebosa por doquier. Tras desembarcar en su puerto se hace irresistible una visita a la Pescheria, un mercado de pescado al aire libre en la Piazza Curró, en pleno corazón del casco antiguo. El olor a las capturas frescas se entremezcla con los sonidos que salen de las gargantas voceadoras de los pescaderos. El salitre pegado a las fachadas de las casas también se hace palpable en los rostros de estas gentes, curtidas por la brisa marina. El bullicio y ajetreo nos conduce por San Calogero, donde el mercado se prolonga ofreciendo otros productos autóctonos: frutas, carnes y, por supuesto, quesos. De los que se pueden encontrar otra enorme variedad en la Piazza di Carlo Alberto, donde se aloja el otro mercado.

Satisfecho el ansia de la carne llega el momento del intelecto. El Duomo es el lugar donde se arremolinan los turistas ávidos por obtener su foto barroca. Santa Águeda, la iglesia, es el objetivo de las miradas, junto con el Palazzo Biscari. Y para descansar y refrescarse del tórrido calor, nada como el gorgoteo de la Fontana dell Elefante, emblema de Catania. La idiosincrasia siciliana no es amante de cuidar sobre manera sus joyas. El desordenado tráfico pasa ante palacetes desconchados, con cierto atractivo no obstante.

Siguiendo la Via Etna, en el número 302, el bar Savia abre sus puertas a la gastronomía siciliana. Es aconsejable probar los arancinos, unas bolas rebozadas rellenas de arroz, carne o pescado. Aunque para comer no hay que dejar atrás las trattorias. En la Via Coppola están las dos más importantes, una junto a la otra: Rosso Pomodoro y De Fiori.

Hogar de Arquímedes

Toca zarpar y poner rumbo al sur, saludando al pasar ante Augusta. Una pequeña isla pegada a la costa, totalmente ocupada por edificios antológicos. Dos grandes espigones defienden una bahía en la que se dan cita mercantes, yates y veleros. Pero nuestro destino es otra isla que no dista mucho, Ortigia, en Siracusa.

Las calles de este atolón natural vieron correr a Arquímedes voz en grito: ¡Eureka! El físico, de formación griega, fue el que dio nombre a la teoría según la cuál los barcos flotan: «Todo cuerpo sumergido en un líquido, experimenta un empuje igual y en sentido ascendente a su peso».

En Siracusa hay dos puertos deportivos, Porto Grande y Porto Piccolo (siracusa@guardiacostiera.it), el recreativo. Sea como sea la puerta de entrada es Puente Lucía, dejando a la izquierda el edificio de correos con sus dos torres octogonales y a la derecha un palacete tintado de rojo sangre, muestra del barroco siciliano (sus bajos acogen una pizzería). La vía principal desemboca en la plaza en que otro tiempo se levantó el Templo de Apolo. Hoy algunas paredes dan idea de su trazado.

La calle Giacomo Matteotti sirve de guía para adentrarnos en esta hermosa ciudad. Su itinerario nos lleva hasta la Fontana di Artemide, donde una vistosa escultura refresca las terrazas situadas a los pies de la fachadas. A partir de aquí el trazado se hace poco intuitivo y lo mejor es preguntar a algún viandante por la Piazza Duomo. Lugar abierto, con forma de arco, donde se aprecian las fachadas de la Catedral, el Ayuntamiento y una iglesia barroca. Todas joyas de gran valor donde se dirigen las miradas de los pocos turistas que han descubierto este rincón de Sicilia. Nuestro caminar pronto terminará a los pies del mar. Un brazo de tierra sirve de sustento al Castillo de Maniace.

Ya poco queda por visitar de la costa este de Sicilia, más que navegar tierra a estribor contemplando los paisajes y fondeando en alguna cala. Hasta virar al llegar al cabo cerca de Porto Palo (teléfono 0931-842600), el más meridional de la isla.

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