Un cura a bordo. capítulo final

viene de «Un cura a bordo. Capítulo primero«

Llegamos a la enfilación del estrecho de Gibraltar, comenzó un temporal duro de levante con unos pedazos de ola que solo de verlas daba miedo, luego, cuando sentías la vibración del pantocazo en la estructura del casco, las canillas de las piernas temblaban sin invitación consciente a ello. Vamos, que las plegarias del cura, si es que algo tuvieron que ver con la encalmada transatlántica, ya no hacían efecto, quizás las “omeletes y cuasanes” tuvieran la culpa, o quizás …..otra cosa……….

Si a los técnicos les vimos poco el pelo durante la travesía, con el temporal ni bajaban a la cámara de oficiales a comer o cenar, el cura hizo sus pinitos inicialmente, subía al puente, observaba y exclamaba “Mon Dieu”, “Olalá la mer” y demás zarandajas propias de quien no es del gremio.

A las pocas horas desapareció, recluido en su camarote ya no bajaba, ni subía a tomar sus refrigerios, ni siquiera a probar los “delicatesen” del cocinero de media mañana, vamos, que se lo habían tragado los mamparos.

La distancia entre la enfilación del estrecho de Gibraltar y Mostaganem es de aproximadamente +/- 400 millas, en dos días de media llegas al golfo de Orán, tardamos cuatro días, casi cinco, el levante no amainaba, se hicieron pesadas y dolorosas las jornadas, del tedio de las guardias en el Atlántico se pasó a un estado de tensión continuo.

En estas estábamos cuando, ya casi atisbando la bocana del puerto, aparece en el puente nuestro afamado cura con una toalla alrededor de la cabeza, de la cual van cayendo hilillos de sangre y al quitársela vemos que tiene una profunda brecha sangrando a borbotones, pasamos de la tensión del temporal y de la concentración por la aproximación a puerto, a un estado de sorpresa, estupor y asombro.

A las típicas preguntas de ¿Cómo te lo has hecho? ¿Qué te ha pasado?, responde que en un balance fuerte se ha caído al suelo desde la cama y a la par se ha abierto una cajonera de la parte inferior de la misma cama, dándose en la cabeza con la esquina de la cajonera.

La herida era descomunal, aparentemente increíble que con una cajonera se pudiera hacer uno tanto boquete. Le curamos en la enfermería, donde descubrió que la cama de esta, al tener una junta cardan, siempre estaba en equilibrio independientemente del balance y del pantocazo, ¡ah, pillastres! Qué bien se descansa aquí y que calladitos estábais, murmuró.

Una vez vendada la cabeza y aparentemente en buen estado le dejamos en la misma cama de la enfermería para que se recuperase, pero a los diez minutos nos llamó por que tenía vómitos, dolor de cabeza agudo y sensación de ahogo…. No había forma de calmarlo, tal era su estado de ansiedad que inquietos y preocupados llamamos a la Capitanía de puerto para que viniese una ambulancia a recogerlo dados los síntomas que tenía.

Así fue, se lo llevaron en ambulancia nada más atracar, le acompañó el personal de la compañía petrolífera que nos esperaba en el muelle y por terceros supimos que con los calmantes que le habían dado sólo necesitaba reposo, no hubo más detalles de su estado, tampoco preguntamos más, se nos dijo que preparásemos su equipaje pues alguien de la compañía lo recogería para llevárselo, ya nos avisarían.

Los técnicos que venían a bordo estuvieron durante todos  los días que duró la descarga supervisándola y controlando todos los pormenores, luego se despidieron igual de fríos y secos que durante el viaje.

Durante el penúltimo día de descarga como nadie nos informaba nada sobre que hacer con el equipaje del cura que aún permanecía tal cual en su camarote, preguntamos al consignatario, dado que los técnicos se cruzaron de hombros ante la cuestión; este nos pidió que metiésemos sus pertenencias en su maleta y él mismo la recogería.

Así procedimos, entramos en su camarote, aún seguía abierto el cajón de debajo de la cama con restos de sangre, se ordenó su limpieza antes de embalar. Abrimos la maleta y el maletín, así como un porta-papeles, íbamos metiendo en ellas todos sus enseres, del armario, de los cajones, del cuarto de baño.

Al abrir uno de los cajones del escritorio vimos que estaba lleno de folletos tamaño revista tipo hoja parroquial, de hecho el título era “Bulletin Paroissial de……..”, sin más dilación cogimos el bloque de boletines para meterlo en su maleta pero algo nos llamó la atención, después de la página número cuatro de cada una de ellas, había aparentemente como un engarce de hojas de igual medida pero diferente textura,

¡¡¡Asombroso!!!

La supuesta quinta hoja de cada uno de los boletines parroquiales era la portada y luego las sucesivas páginas de revistas de macizas en posiciones nada ortodoxas ni cristianas, vamos, porno puro y duro. Después, al finalizar cada revista continuaba la página número cinco hasta la octava de cada boletín.

El muy cuco daba rienda suelta a sus delirios eróticos, absolutamente legítimos, no voy a mal juzgar algo tan natural en cualquier hombre, sea cura o seglar, con un engarce de imprenta que unía el demonio y la carne con las noticias de evangelización y hermanitas de convento rezando por el bien del mundo.

La cara de pasmo, aparte del cachondeo que se nos puso a los que contemplábamos tal montaje se vio aún más desconcertado cuando comprobamos que la labor de unión paginal la había realizado ¡¡¡a bordo!!! pues las revistas eran de la tripulación del barco y corrían de un camarote a otro con absoluta naturalidad, es decir que su intención era llevárselas para seguir con sus ejercicios de “éxtasis carnal” cuando estuviera en el desierto confortando a la vez espiritualmente a los poceros y petroleros.

Convenimos que no íbamos a airear la noticia por el perjuicio que le podríamos ocasionar al cura, metimos en su maleta las singulares hojas parroquiales, eso sí, una de ellas, la del medio la doblamos por las páginas “vistosas” para que viese y comprendiese que éramos conocedores de su secreto mundano, sabedores pero comprensivos, le deseábamos implícitamente que las “disfrutase”.

Entregamos el equipaje al consignatario, zarpamos nuevamente rumbo a Montreal pero para tomar otra carga, bobinas de papel de rotativa de prensa con destino a El Pireo.

En el puente, de guardia, con una travesía atlántica de “chupa de domine”, sonreíamos y reíamos recordando al cura y que las bobinas de papel que íbamos a transportar también podían servir para imprimir las hojas parroquiales tan originales que hacía.

Fuera, después de siete días como mínimo de cualquier lugar de abrigo, mucho más allá de cualquier horizonte con línea de tierra, el maldito oleaje y viento que teníamos nos “informaba” que estábamos a 24 de diciembre, en navidades, fueras creyente o no, sin nieve, sin seres queridos a tu alrededor y sin cura que diese misas en latín y casi, casi, sin revistas mundanas, la reposición fue imposible, salíamos de una país árabe.

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