Famara y el Archipiélago Chinijo

Dicen que Ulises navegó por estas aguas. Eso contaba Virgilio en su deambular por los infiernos en la Divina Comedia de Dante. Veinte años después, Lancelotto, quien diera el nombre a Lanzarote, cruzó el Estrecho de Gibraltar buscando la misma montaña negra de la novela dantesca.

Yo he de transcribir varias singladuras en el cuaderno de bitácora antes de que los vientos alisios me permitan acuartelar las velas. Sobre el horizonte una mole negra surge poco a poco. Me aproximo al destino, Famara y el Archipiélago Chinijo. Pero antes toca hacerme de algunas provisiones. Así que pongo rumbo a Órzola, el puerto más septentrional de Lanzarote.

Órzola

El mar acuchilla la tierra creando un puerto en el que el hombre ha tenido poco que hacer. Tres metros de calado, más lo que reporta la marea, es lo que haya para maniobrar. Es un anticipo de lo que me espera, muy diferente de los puertos Sicilianos de mi último viaje.

Las casas, blancas como la arena, soportan el viento de componente norte. Por las calles pasean casi tantos surfistas como vecinos. Las playas de este litoral son un referente mundial para montar olas. Es la primera barrera que se encuentra el mar empejado por los alisios. Hechas las provisiones toca retomar el camino. Pero habrá que hacerlo a pie, mientras el barco espera amarrado al son de la brisa.

La carretera 201 sube hasta el Mirador del Río, en los Riscos de Famara. Bajo nuestros pies, cae casi en picado una pared de cuatrocientos metros de altura. La imagen es sobrecogedora y espectacular. Razón más que suficiente para que César Manrique se enamorara de esta isla.

Rompiendo la línea la línea del horizonte se antepone La Graciosa. Tras ella cuatro formaciones volcánicas constituyen el resto del Archipiélago Chinijo. Mas antes de desembarcar en la mayor de las «pequeñas» islas hay que hacer una visita a una de las playas que se ha ganado un puesto entre las diez mejores de todo el litoral español.

Vista desde el Mirador del Río
Fuente: Wikipedia. Autor: afrank99

Famara

Zarpamos de puerto amurados al viento y ponemos rumbo a Farión de Afuera. Tras saludarlo dejándolo por babor, el compás marca 220. Estando en la oposición entre el puerto de La Graciosa y las Salinas del Río, el Mirador pretende darnos sombra. Y seis millas después nos encontramos ante la playa de Famara. El archipiélago, junto con estas idílicas playas, está declarado parque natural. Estos paisajes han sido escenario de Los abrazos rotos, del cineasta manchego Pedro Almodóvar.

El color pálido de la arena contrasta con los trajes de neopreno de surfistas y las vistosas camisetas de los que hacen de esta playa su gimnasio natural. La coreografía de las velas de kitesurf dominando el viento, completan la escena. Merece la pena visitar las vecinas localidades marineras. Las que mantienen el encanto de las primeras poblaciones. Con solo algunas calles asfaltadas y, el resto, caminos de tierra peinados por el viento.

La Graciosa

El paso del tiempo obliga a retomar la marcha. En esta ocasión la proa se dirige a Caleta del Sebo, único puerto de La Graciosa. La salida del ferry que une el archipiélago con Lanzarote manda demorar la entrada. El calado es de cinco metros, por lo que el resguardo me adelanta la relajación que transmite la mayor de las Chinijo.

Calzada las botas, toca andar, o en su caso alquilar una bicicleta para recorrer la isla. Es inútil buscar asfalto, según me dicen es la única isla habitada de Europa a la que el alquitrán no bañado el suelo. El perímetro de La Graciosa cuenta con solitarias playas a las que solo se puede acceder andando o en barco. La playa de El Salado es la única en la que se permite acampar. Aunque para pasar una noche en el barco, al resguardo del viento, la opción más recomendable es fondear frente a la playa Francesa.

Para conocer la isla siempre es posible encontrar en el bar algún vecino, que por un módico precio, hace de guía y taxista. Una ruta improvisada permite diferenciar como cambian de intensidad los colores de las piedras basálticas al paso de las nubes. Quizás, por este colorido singular se le puso el nombre de La Graciosa. Pero nuestro particular guía no acierta a saberlo.

El recorrido tiene una parada en Las Agujas, el punto más alto de la isla, con 265 metros. Desde aquí, esquivando valientes huertos que le roban a la tierra unos pocos nutrientes y algo de humedad, enfilamos hacia Pedro Barba. La verdad es que hasta esta media docena de casas también se puede llegar en barco. Pero no es aconsejable que la quilla diste más de un metro y medio desde la superficie del agua.

El secreto chinijo

Concluida la agradable ruta por La Graciosa, corresponde descubrir el verdadero crisol de vida de este despoblado archipiélago. Para ello alquilamos los equipos de submarinismo en el centro de buceo de la isla. Y desde allí nos dirigimos al paraíso del Bajo de las Gerardias.

Este monte submarino recubierto de vida fue descubierto en la década de los noventa por un cámara y un biólogo, que lo mantuvieron en secreto varios años. Los pescadores le indicaron que había un lugar donde las redes se enganchaban y al izarlas traían con ellas pequeños «arbolitos». Que resultaron ser la mayor colonia del mundo de un peculiar coral (cnidario antozoo). Un auténtico bosque tropical bajo las aguas del Archipiélago Chinijo.

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