Aprendiendo de los accidentes: Milly

El 5 de mayo de 2013 debía ser una jornada de fiesta ideal para pasar un rato agradable en familia. Así lo debieron creer el matrimonio y los cuatro hijos que se embarcaron en su flamante embarcación, Una lancha semirrígida de nombre de Milly. Pero el día se torno a tragedia cuando el padre perdió el control de la lancha y cayeron los seis miembros de la familia al agua con fatales consecuencias.

Milly. Imagen recogida en informe MAIB.

Las lanchas rápidas y los giros bruscos

El accidente de la familia que pilotaba la embarcación Milly llenó de tinta cientos de hojas de periódicos, procurando entender qué pudo salir mal para que perdieran la vida el padre y uno de los hijos, dejando secuelas graves en el resto de la familia. Recientemente la agencia MAIB ha publicado el informe donde se recogen causas y consecuencias de ese nefasto día a orillas del Estuario del Camello, en Cornwall, Reino Unido.

Según los testigos del accidente en las informaciones recabadas por los investigadores el propietario de la lancha era novel en su manejo. Su esposa y él habían recibido un curso mínimo para el gobierno de la motora, incluyendo alguna clase práctica que se incrementó con un “paseo de prueba” el día de la compra. Pero parece que la formación recibida no debió calar en el inconsciente patrón. El hombre, probablemente llevado por un exceso de confianza en sí mismo, a pesar de haber gobernado en una veintena de ocasiones la lancha, obvió la obligación de conectar el cable de “hombre al agua”, que para el motor en caso de accidente. Esta inoperancia se sumó a la falta de experiencia en el manejo de la embarcación. Según se incluye en el informe la mujer llevaba el gobierno cuando lo cedió a su esposo. En ese momento el hombre giró bruscamente el timón provocando una rápida caída de la proa hacia estribor. Como consecuencia la embarcación tomó una peligrosa escora que propició que todos los miembros de la familia acabaran en el agua.

La Ley de Murphy se cumple en estos casos. La decisión del patrón de no conectar el cable de “hombre al agua”, obligatorio en embarcaciones capaces de alcanzar alta velocidad, hizo que la nave continuara con el motor en marcha y el timón a banda, dando vueltas concéntricas alrededor de la familia.

Lecciones aprendidas

Las muertes y lesiones sufridas por los miembros de la familia inglesa serían inútiles completamente si no se hace un ejercicio de autocrítica y se aprende de los errores que ellos cometieron.

En primer lugar destaca la omisión del deber de conectar el cable de “hombre al agua”. Un dispositivo que en las embarcaciones rápidas permite parar el motor por emergencia y evitar que la nave continúe su rumbo. La sencilla acción de colocarse la pulsera en la muñeca hubiese evitado el desastroso final. Lo que hace ver que, por mucho que se repite en la formación, sigue habiendo personas que consideran que los elementos de seguridad están de más en los barcos. Sumado a una costumbre propia de inexpertos en la mar: poner la embarcación a la máxima potencia.

La protagonista de la tragedia, Milly, es una embarcación Yamaha, tipo semi-rígida. Consistente en un casco coincidente con la obra viva y varios flotadores anexos para darle flotabilidad al conjunto eliminando pesos. La potencia del motor llega a los 300 caballos, para mover una embarcación de ocho metros de eslora y algo más de medio metro de calado. La definición de una lancha rápida.

Según se desprende de la investigación, recogida en el informe de MAIB, la embarcación no sufrió ninguna alteración de sus elementos de seguridad ni estructura antes de su uso. Sin embargo, la agencia plasma la opinión de que, dado el uso inconveniente e inexperiencia de los patrones que la pueden gobernar, es aconsejable incluir elementos que eviten escoras pronunciadas y giros bruscos, como el desarrollado en el accidente. El informe atiende a la tendencia del modelo a tomar escoras excesivas cuando cae a banda.

Entre las razones que evitaron un mayor desastre están dos principalmente: Todos los miembros de la familia contaban en el momento de la caída al agua con chalecos salvavidas. Lo que propició que se mantuvieran a flote y no se ahogaran entre el aguaje provocado por la hélice. Además, la proximidad de público y el hecho de que la playa contara con equipos de salvamento propició una rápida respuesta. Dos socorristas abordaron la embarcación, cuando aún daba vueltas a la familia, consiguiendo parar el motor y prestar una asistencia inmediata a los heridos, a los que se sumaron dos piragüistas próximos.

Las conclusiones del informe incluyen la presencia de alcohol en sangre del padre de familia. Una práctica totalmente contraria y contraproducente en el gobierno de una embarcación, sea rápida o lenta. El alcohol no es un tripulante más en un barco. Así mismo se aprecia la carencia de información sobre seguridad náutica de los miembros de la familia. Otra costumbre divulgada: no exponer a todos los que embarcan las medidas de seguridad que se han de llevar a cabo en caso de accidente o los modos de evitarlo; instrucciones incluidas en los manuales de seguridad de las embarcaciones.

Este accidente viene a recordar que en el mar todas las precauciones son pocas y que, aunque se esté de recreo, la seguridad debe ser una máxima siempre presente. La vida de las personas en la mar depende de sus aptitudes y pericias, por lo que la formación en seguridad marítima es una gran inversión.

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