Un viajero incansable. El exotismo epatante.

Los mares del Sur siempre han tenido en los narradores y novelistas europeos una gran fuente de inspiración.

Quizás se echa de menos que no existan escritores españoles hablando de ellos, salvo, si es que se le puede considerar escritor, a Rizal, el padre de la independencia de Filipinas, hasta donde primero los españoles y luego y sobre todo los americanos se lo permitieron, que fue tristemente muy poco.

Vivíamos en el XIX tal estado depresivo en nuestro país que escribir de lejanos paraísos no era conveniente, con lamernos las heridas, ya había suficiente caldo para hacer novelas trágicas, lo lúdico, epicúreo o meramente paradisiaco no es propio de tribus ibéricas.

Los mares del sur son anglosajones, punto, pero los franceses, dejando de lado a pintores como Gauguin, y eso que son mejores degustadores de vida que nosotros tampoco han tenido un exceso de imaginación con el exotismo polinesio, salvo Pierre Loti.
Un francés, un seudónimo, su verdadero nombre era Julien Viaud, oficial de la marina francesa, escritor a ratos, aunque muy celebrado en su siglo, era más vividor y epatante que otra cosa, pero mira, caía en gracia y llegó a pertenecer a la academia francesa, incluso le disputó el sillón a Zola.
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Su abuelo murió en la batalla de Trafalgar, es de suponer que con más gloria y honor que su almirante Villeneuve, marino anacrónico y plagado de “grandeur” que cayó en manos de los ingleses y fue partícipe directo de la derrota a causa de sus “estrategias” navales.

Loti o Viaud, como buen aventurero, también tuvo arrebatos místicos de creerse en posesión de la verdad absoluta y quiso hacerse misionero para evangelizar a los descarriados y amorales polinesios, pero sólo se quedó en un delirio de juventud, luego el mismo se arrumbó en los brazos de tantas de aquellas que en su imaginación quiso traer al “redil evangélico”.

Aparte de los amoríos propios de un marino que arrastraba sus pies por puertos ignotos, también tuvo un gran vínculo con Japón, con Turquía y con el País vasco, en este último murió y se construyó una casa en Hendaya.

En realidad a estas alturas no sabría exactamente discernir con total equidad si lo que le gustaban de esos países eran sus culturas o sus habitantes, hombres o mujeres, daba lo mismo, quizás era todo, en el fondo tenía una pulsión homosexual bastante significada, pero como de

aquella no había psicólogos especializados en la 

materia, amén de gozar de posición social y económica solvente, todo se le perdonaba y las malas lenguas y los vigilantes de la moral ya tenían suficiente carnaza para desgracia de tanto joven que no siguiese la línea recta marcada por la doctrina imperante y que sigue imperando.

Simplemente se le identificaba por un gran viajero, encantado de impregnarse de todas las culturas a las que abordaba y por supuesto gozar de los placeres que paradójicamente  su educación calvinista le negaba religiosamente. Como curiosidad y referencia de su estética, casi siempre iba maquillado y muy a menudo disfrazado.

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No sólo vivió, amó y engendró descendencia en los mares del sur. En Turquía defendió con el mismo ahínco la posición política de ese imperio como la salvaguarda y salvoconducto a los serrallos y harenes de Estambul. Y en Hendaya, hasta su muerte, bien que se busco para anidar con los favores de las vascas lozanas y robustas, siempre y cuando no las viese el cura de turno, de los cuales siempre ha habido muchos por esas tierras.

Las fotos que existen de él, son dignas del mejor de los exhibicionistas, vestido de todo, también desnudo, para el caso, la defensa de sus “valores” eran tan ecléctica que lo mismo aparecía de moro beduino, de oficial de marina, de pelotari vasco, que tal y como le trajeron al mundo representado a un fornido gimnasta.

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En Tahití vivió con una autóctona que le bautizó con el nombre por el que se le conoce, Loti, que significa flor o algo parecido.

No obstante, dejando de lado sus deseos, delirios y quehaceres, que tienen más de atractivo que de censura, no nos engañemos, es envidiable ver a alguien que eligió estudiar náutica, hacerse oficial allá por el 1872, dar rienda suelta a todo lo que su espíritu y su fortaleza como ser humano le permitió, saber encauzarlo, aún saltándose las críticas y prejuicios y lograr, además de ser académico, vivir una vida plena de experiencias y de respeto a todos los pueblos que conoció.

Recomiendo su lectura y su biografía, da para mucho, especialmente ahora que los barcos son como tranvías sin trole, donde las tripulaciones surcan mares pero ni siquiera les mojan los rociones.

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One Response

  1. Juanjovt

    noviembre 8, 2013 5:41 pm, Responder

    En fin: un perfecto «bon vivant». Envidia me da el haber vivido este perosnaje una vida tan intensa e interesante. Aparentemente, claro está …

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